lunes, 2 de junio de 2008

el pesticida bajo sospecha


DDT (o Dicloro-Difenil-Tricloroetano) es un insecticida organoclorado bien conocido por ser el más famoso de los Contaminates Orgánicos Persistentes.
Diversos estudios han demostrado sus efectos nocivos sobre la atmósfera terrestre, el sistema nervioso humano y el proceso reproductor de numerosas especies animales. Su utilización fue prohibida oficialmente en 1972 por la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos, al considerarlo un «producto químico con gran potencial carcinógeno para el ser humano».
Sin embargo, es muy efectivo para detener plagas transmitidas por insectos, como es el caso de la malaria. En 2006 la Organización Mundial de la Salud (OMS) -que ha catalogado el insecticida como «moderadamente peligroso»- reabrió el debate acerca de su utilización anunciando que el DDT volvería a formar parte de su plan para erradicar el paludismo en las zonas tropicales.
Algunos partidarios del insecticida, como el científico danés Bjørn Lomborg, arguyen que gracias a él se consiguió acabar con la malaria en Grecia e Italia, áreas donde esta enfermedad tenía carácter endémico. Además, el producto químico tiene unos costes muy bajos de producción y, lo que es más importante, carece de problemas de patentes para su fabricación.
De hecho, algunos investigadores han señalado que detrás de la campaña contra el DDT podría estar la propia industria química, ansiosa por imponer en el mercado nuevos productos registrados por sus empresas


No obstante, las seis décadas de utilización masiva del insecticida parecen haber dejado huella en los glaciares del Antártico



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